miércoles, 12 de mayo de 2010

Comportamiento animal.

¿En qué piensan las aves? ¿Qué tratan de expresar con sus parloteos? ¿Son felices nuestras aves? ¿Nos preocupamos por su felicidad o simplemente nos interesan a efectos productivos?

A lo largo de este artículo, vamos a intentar comprender a nuestras aves y el porqué de sus comportamientos; y trataremos de hacerlo con un lenguaje preciso pero intentando evitar tecnicismos que puedan dificultar su comprensión, haciendo accesible esta sección a todos los criadores y aficionados.

La etología es la ciencia, o mejor dicho, la rama de la biología, que estudia el comportamiento de los animales. Cuando nos refiramos a las aves, hablaremos consecuentemente de etología aviar.

Todos los animales, incluido el ser humano, nos regimos por los mismos principios conductuales, pues no en vano, nuestro origen es común y persiguen la misma finalidad. Actualmente, se admite como válido que el comportamiento animal se sustenta en dos pilares básicos: conductas innatas y conductas aprendidas.

Las conductas innatas son aquellas con las que el individuo nace, implícitas en su programa genético, y son comunes a todos los individuos de la especie; son también definidas como instintos. Las conductas aprendidas por contrario, son culturales, derivadas del pensamiento y de la experiencia de cada individuo, y requieren de aprendizaje y de procesos inteligentes que permiten la resolución de problemas que se plantean a cada individuo en su propio entorno.

A lo largo de la historia, diversos autores han clasificado a su vez de muy diversas maneras los diferentes tipos de instintos, sin embargo aquí vamos a clasificarlos sólo en tres tipos, para simplificar y facilitar la comprensión de los conceptos. Así, los clasificaremos en tres grupos: Instintos primarios o de supervivencia, Instintos secundarios o de perpetuación de la especie, y por último, instintos terciarios o de auto satisfacción.

La primera necesidad de todo individuo es la de sobrevivir, sencillamente porque si no la satisface devine su inexistencia. Se trata de necesidades básicas encaminadas a evitar la muerte, como puedan serlo la necesidad de alimentarse, de luchar contra la enfermedad o de disponer de un espacio seguro a salvo de predadores. Sólo cuando estas necesidades básicas estén satisfechas por completo y el individuo tenga garantizada su propia existencia, podrán emerger los instintos secundarios y terciarios, y esta idea debemos tenerla muy presente en nuestros manejos.

Los instintos secundarios o de perpetuación de la especie, están relacionados con ciertos procesos fisiológicos que se producen una vez alcanzada la madurez sexual, que en el caso de los machos corresponden con la producción de andrógenos (hormonas masculinas), y en el caso de las hembras de estrógenos (hormonas femeninas). Estos procesos hormonales son los que favorecen los signos correspondientes al dimorfismo sexual y a la elevación de la libido, y que al final propician la disposición para la reproducción. Así, todo individuo está programado para desarrollar conductas sexuales cuyo fin es la reproducción. Sin embargo y como se indica anteriormente, desarrollar conductas reproductivas estará siempre condicionado a que los instintos de supervivencia estén satisfechos, ya que de otro modo, si el individuo no tiene garantizada siquiera su propia existencia, no tiene cabida la reproducción, pues ésta representa un esfuerzo adicional que la Naturaleza no permite si no existen probabilidades de éxito. Este concepto es clave fundamental para explicar multitud de fracasos reproductivos en nuestros aviarios, y debemos tenerlo siempre muy presente.

Por último y no menos importante, están los instintos terciarios o de auto satisfacción, que son aquellos que, una vez satisfechos los primarios, llevan a todo individuo a realizar actividades que le resulten placenteras y que desarrollen su personalidad, dando lugar a la capacidad de sentir placer, pero también de sufrir. Tales instintos pueden verse desarrollados por los ejemplares jóvenes mediante el juego, o por los ejemplares adultos mediante el acicalamiento mutuo; o por contrario, por la profunda depresión en que entran algunos individuos tras la pérdida de su pareja, especialmente en especies monogámicas. La práctica del sexo sin fines reproductivos, sino como proporcionador de placer y satisfacción, entraría también en este grupo y no es exclusivo del ser humano; diversos estudios realizados con colobos, delfines y también aves, confirman que los animales más evolucionados e inteligentes desarrollan prácticas sexuales por el mero placer de autosatisfacción.

Sin embargo, los instintos por sí mismos no justifican todos los comportamientos animales, siendo necesario, como se indica al principio, el desarrollo de conductas o conocimientos aprendidos, que requieren de observación, del ejercicio de ensayo y error, de experiencia propia y de suficiente capacidad cognitiva e intelectual para interpretarlos y encontrar soluciones; es decir, de inteligencia animal. Así, un pollo de canario recién abandona el nido sabe que tiene que comer, pero no sabe qué tiene que comer, ni sabe dónde buscar el alimento, ni siquiera sabe ingerirlo, necesitando de todo un proceso de aprendizaje, ayudado por sus progenitores, que se conoce como emancipación. Este tipo de comportamientos, además del ejemplo simple antes expuesto, podemos apreciarlo en multitud de conductas animales, y tal vez la expresión máxima pueda observarse en el adiestramiento.

Estas reflexiones nos conducen ciertamente a considerar la inteligencia de las aves como una realidad, considerando inteligencia como la capacidad de interactuar con el entorno respondiendo a estímulos externos y su capacidad para analizarlos y resolver diferentes problemas planteados, que inexorablemente requieren de la capacidad de pensar.

Si bien en el pasado se consideraba a las aves en general, como seres carentes de inteligencia, asociada ésta al pequeño tamaño de su cerebro (de ahí frases como “tienes cabeza de chorlito”), en la actualidad, el ámbito científico admite a las aves entre los seres más inteligentes del planeta, donde multitud de estudios con diferentes especies avalan esta teoría, comparándolas con especies tan evolucionadas como los primates y los delfines, y con una capacidad de sentir emociones (miedo, alegría, tristeza, pena, etc.) similar a la de un niño de entre 3 y 4 años. Esta misma inteligencia y la capacidad de sentir conducen a comportamientos sociales muy complejos y desarrollados, otorgando a las aves la posibilidad de ser mascotas inigualables, desarrollando inteactuaciones y sentimientos altamente afectivos con sus cuidadores, pero siendo por ello también muy susceptibles a neurosis y alteraciones psicológicas que derivan en muy diversos problemas conductuales.

De todo lo expuesto anteriormente podemos deducir que nuestra actividad como cuidadores de aves debe considerar como primer objetivo el satisfacer sus necesidades primarias, sin lo cual, difícilmente lograremos su reproducción; pero nuestra obligación no queda ahí, pues debemos un respeto a cualquier animal, máxime si somos conscientes de su inteligencia, de su capacidad de sentir emociones, y de su necesidad de autosatisfación. Por ello, también estamos obligados a proporcionales los medios para que puedan desarrollar sus conductas naturales y que se realicen como individuos, alcanzando la cima más alta posible en lo que se refiere a bienestar animal.

En resumen, este artículo ha pretendido sentar unas bases fundamentales, aunque de manera sencilla y escueta, para facilitar una mejor comprensión de la conducta de las aves, presentándolas como animales que, al igual que nosotros, se rigen por instintos, pero también dotadas con la posibilidad de aprender y de desarrollar complejas conductas sociales, al tratarse de seres inteligentes y sintientes, y consecuentemente, también capaces de interactuar con nosotros. Estos conceptos tienen multitud de aplicaciones en el manejo de nuestros aviarios y pueden representar la diferencia entre el éxito y el fracaso. De otro lado, también debería hacernos reflexionar sobre el trato que proferimos a estos animales que son objeto de nuestro cuidado, y como corresponde a “amantes” de las aves, aprendamos a tratarlas respetando su sensibilidad y evitando proferirles sufrimiento alguno. Si comprendemos que, además de darles comida y agua, debemos velar también por su felicidad, habremos dado un paso de gigante que nos conducirá a una concepción distinta de esta afición, sin duda muchísimo más gratificante que la mera competición.

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