jueves, 24 de junio de 2010

Psitácidos en Andalucía II.

Ponerse a disertar sobre una materia de la que uno carece de conocimientos, y además pretendiendo sentar cátedra sobre lo manifestado, siempre es muy arriesgado, porque fácilmente podemos errar y generar confusión entre los receptores de nuestros mensajes. Aún así, todas las opiniones deben ser respetadas, por supuesto; pero no por ello todas las opiniones han de ser tenidas en consideración, pues unas se emiten desde la ignorancia y otras desde el conocimiento de hecho; es lo que se conoce como opinión fundamentada. Así, yo puedo opinar que los agujeros negros tienen un origen metafísico, y mi opinión como tal deberá ser respetada, pero luego vendrá Stephen Hawking y me dejará en evidencia explicando que los agujeros negros son puntos finitos en la dimensión espacio-tiempo, que concentran una gran cantidad de masa en su interior y que generan campos gravitatorios de tal magnitud que impiden la emisión de partículas, de tal manera que siquiera la luz puede escapar de ellos. ¿Cuál de las dos opiniones será tenida en consideración, la mía o la de Hawking? Por tanto, opinar es libre y gratuito, pero las opiniones valen o no valen dependiendo de la fundamentación con que se emitan.

En nuestra afición es frecuente escuchar a nuestros líderes, jueces, campeones, etc. disertando sobre temas tan especializados como la veterinaria, y dado que los conocimientos específicos no caen del cielo, ni con los cargos, ni mucho menos con las medallas, pues resulta que uno tiene que observar como se difunden conceptos y prácticas erróneas a los aficionados, emitidas desde la ignorancia y la imprudencia de aquellos que, de una forma u otra, lideran dicha afición. Para quien suscribe, quien se considera un eterno aprendiz, porque cada día aprende algo nuevo, resulta sorprendente comprobar como incluso proliferan personajes que, bajo el pretexto de ser abogado, también se atrevan a disertar sobre veterinaria, dando como resultado la difusión de conceptos sin sustentación más allá de su incualificada opinión. Ignorante de mi, que desconocía que la carrera de derecho también incluyese la veterinaria aviar como asignatura.

Todo esto viene a colación de las reacciones suscitadas en el foro de FOA por el posicionamiento de ANCEP ante la nueva legislación sobre psitácidos en Andalucía, provocando unas manifestaciones muy prudentes, precisamente por parte de aquel que podría hablar con más autoridad, dado que es veterinario, haciendo gala así ya no sólo de prudencia, también de humildad, una virtud cada día más escasa, y me refiero al Sr. Cespedosa. Por el contrario, el Sr. Penzo, pese a su cargo, manifiesta una escasa prudencia, evidenciando un escaso conocimiento sobre veterinaria y sobre psitácidos; y por último, un abogado en ejercicio, del que jamás leí un escrito que no comenzase refiriéndose a su profesión, como si de algún tipo de aval se tratara, se aventura en los inciertos mundos de Yupi, para evidenciar que en el fondo y tras su grandilocuencia, no hay más que un novato que no tiene ni idea de lo que va este asunto. Pese a las desacertadas intervenciones del segundo, y lo desafortunado de las del tercero, tal y como indico al principio, todas las opiniones deben ser respetadas, aún cuando por razones obvias no puedan ser tenidas en consideración.

Sin embargo, se puede emitir una opinión, acertada o no, sin necesidad de ofender a nadie, y llamar a ANCEP “pelotero”, no sólo es innecesario, también es ofensivo, y cuando se ofende, no sólo se desprestigia uno mismo, también se pierde el respeto de los demás. No obstante, viniendo de este Sr. poco nos sorprende, pues ya tenemos sobrado conocimiento de él por actuaciones anteriores.

Bueno, tras ejercer moderadamente el derecho a pataleta, cosa que me vais a permitir por las ofensas previas, abandono el sarcasmo y retorno a la seriedad.

Con independencia de todo lo expuesto, mi conclusión es que existe un desconocimiento general sobre muchos aspectos referentes a la clamidiosis; por tal motivo he pedido a mi buen amigo Marcos que preparase un artículo técnico sobre esta enfermedad, pero desafortunadamente, sus exigencias profesionales actuales nos impiden disfrutar de sus conocimientos hasta pasado el verano, pues como sabéis, trabaja en un centro oficial de recuperación, y en estas fechas están sobrepasados. Por ello, aún admitiendo mis propias limitaciones al respecto, y aún a riesgo de caer en aquello que justo critico, considero necesario adelantar el esclarecimiento de algunos conceptos actualmente errados, sin traspasar la frontera de lo que mi ética personal me permite. A este respecto, constato que el enlace que recomendé de la O.I.E. no ha sido leído, o tal vez no haya sido comprendido, pues en él se explican adecuadamente muchos conceptos, aunque admito que en leguaje técnico difícilmente comprensible si éste no se conoce.

Fácilmente caemos en la creencia de que la medicina actual está de vuelta de todo, de que disponemos de los medios tecnológicos más avanzados y de que tenemos soluciones para cualquier cosa. No es así, la realidad es bien distinta y en verdad médicos y veterinarios combaten las enfermedades con los medios de que disponen, y éstos son los que son. También caemos con facilidad en aplicar conceptos válidos en la generalidad, sobre conceptos particulares donde la generalidad no sirve, pues en definitiva, las ciencias médicas no son ciencias exactas. Ambas circunstancias nos inducen a error cuando no se dispone de unos conocimientos aunque sean básicos. Por eso, en ANCEP hemos sido muy prudentes al pronunciarnos, y no lo hemos hecho hasta recabar la información necesaria para no incurrir en error.

Uno de los argumentos que se está esgrimiendo sin conocimiento de causa es que el tratamiento sistemático de aves con antibióticos puede provocar resistencias bacterianas a dichos antibióticos, lo cual es cierto, pero merece algunas reflexiones. La primera de ellas y que asumimos en ANCEP, es que nosotros no somos especialistas y por eso, aceptamos las recomendaciones y directrices de la O.I.E. como máxima autoridad veterinaria oficial a nivel mundial, ya que damos por hecho que ellos saben más que nosotros, y que sus conclusiones son más válidas y fundamentadas que las nuestras, como ignorantes en la materia que somos. Obviamente, algunos se consideran aún más expertos y especialistas que la propia O.I.E. y se atreven a contradecir sus recomendaciones, evidenciando así algo más que ignorancia.

Pero si me quedase aquí, los lectores seguirían sin comprender nada, por lo que procedo a explicar el porqué de las recomendaciones de la O.I.E.

Partamos de una base, y es que, pese a que se lleva investigando desde hace más de 40 años, no existe vacuna contra la clamidiosis, y dado que no existe y no podemos sacarla por arte de magia, los técnicos en sanidad no pueden contar con ella para su control, como se cuenta en el caso de otras enfermedades. Estoy absolutamente convencido de que si existiese esta vacuna, resolviendo toda la problemática suscitada, seguiríamos encontrando otros inconvenientes, porque en verdad, lo que no queremos es ser controlados.

Es cierto que este tipo de tratamientos con antibacterianos de manera indiscriminada es contrario a los principios de la medicina preventiva, y no en pocas ocasiones me habéis leído manifestándome contrario al uso y abuso rutinario de fármacos de que hacemos en esta afición (eso sí es una aberración), y por tal motivo, resulta paradójico que intentemos utilizar este argumento.

El principal factor que puede favorecer la proliferación de cepas resistentes a los antibióticos son precisamente los tratamientos mal administrados, ya sea porque se empleen en dosis inferiores a las recomendadas o bien porque el tratamiento no tenga la duración necesaria. De administrarse el tratamiento de manera correcta, se minimiza y mucho la posibilidad de generar cepas resistentes. Es por esta razón que en nuestra afición, donde administramos antibióticos a nuestras aves como si fueran golosinas y sin ningún tipo de criterio, es muy frecuente encontrar bacterias resistentes a multitud de antibióticos, especialmente enterobacterias y cocos en general.

De otro lado, y aunque es verdad que se pueden generar cepas de clamidias resistentes a las tetraciclinas (fármacos de elección para la clamidiosis), también es cierto que las clamidias no son especialmente susceptibles de adquirir esa resistencia, encontrándose de manera muy eventual dichas cepas resistentes; tanto es así, que las tetraciclinas se vienen empleando como fármacos de elección desde hace más de 60 años, y 60 años después siguen siendo fármacos de elección, lo cual avala esta aseveración. Aún a pesar de ello, existen multitud de antibióticos que son más activos frente a clamidias que las tetraciclinas, pero que no se usan, precisamente, porque se reservan para casos de resistencia a las tetraciclinas; y aún más, los protocolos sanitarios siempre tienen reservados los mejores fármacos exclusivamente para la medicina humana, y no pueden emplearse en veterinaria. Es decir, al contrario que nosotros, que nos creemos más listos que nadie, los técnicos sanitarios, normalmente, saben lo que hacen.

Otro error frecuente y muy extendido entre nosotros es el de creer que los métodos analíticos son infalibles y concluyentes, y nada más lejos de la realidad. En verdad, los resultados analíticos están sujetos a multitud de variables, desde una toma de muestras incorrecta o posibles contaminaciones de las mismas, hasta errores humanos, pasando por las interminables limitaciones técnicas y científicas de que adolecen en muchos casos. Por eso, existe una máxima en medicina que viene a decir que los resultados de una prueba analítica deben de coincidir con el cuadro clínico presentado, y si no es así, el resultado es desechado. Por consiguiente, los resultados de una analítica deben ser correctamente interpretados, y sólo el clínico puede hacerlo para poder emitir un diagnóstico.

Por otra parte, es necesario comprender que las clamidias son unas bacterias con unas características muy diferenciadas de las de otras bacterias, y no se pueden aplicar sobre ellas conceptos que son válidos para la generalidad. Hasta tal punto son diferentes que en los tratados de veterinaria se abordan de manera diferenciada las enfermedades bacterianas en general y las enfermedades causadas por clamidias. Las clamidias tienen un ciclo biológico muy distinto al de otras bacterias y por explicarlo de manera sencilla tienen dos estadios diferenciados: cuerpo reticular o inicial y cuerpo elemental. La primera forma necesita vivir obligatoriamente en el interior de una célula (huésped) donde va a replicarse originando la segunda, los cuerpos o corpúsculos elementales. Al destruir a la célula huésped se liberan al exterior estos cuerpos elementales que son los realmente infectivos, colonizando nuevas células y causando una infección. La complejidad de este ciclo biológico es precisamente la que recomienda administrar antibióticos durante 45 días, pues hacerlo durante menos tiempo no garantiza que las formas intracelulares hayan sido destruidas.

Esta circunstancia, el que existan estadios muy diferenciados y en muchos aspectos, en los que no voy a entrar, es una de las que provoca grandes inconvenientes a la hora de su diagnóstico; otra de estas razones es que se pueden producir reacciones cruzadas con otras bacterias Gram-negativas, con las que las clamidias comparten antígenos y material genético. Por todo ello, la O.I.E concluye que existen amplias probabilidades de error en las pruebas analíticas, pudiéndose producir falsos positivos y falsos negativos, con las consecuencias que puede conllevar en uno y otro caso.

Los falsos positivos me producen terror, porque ante un falso positivo podría establecerse un protocolo de contención, declarando en cuarentena a núcleos zoológicos próximos e incluso eutanasiando a todo el plantel de la instalación afectada (tengo referencias de casos en los que esto ya se ha producido); en el caso de un falso negativo estaríamos dando el visto bueno a un ave enferma no diagnosticada y contribuyendo a la dispersión de la enfermedad, además de los riesgos zoonósicos implícitos. Por ello, para establecer el diagnóstico de clamidiosis, tal y como explica la O.I.E., es necesario no sólo una analítica positiva, también es necesario un cuadro clínico compatible con clamidiosis; pero en tal caso, ¿qué hacemos con los portadores asintomáticos? Es fácil comprender que, a efectos de control de la enfermedad, la cosa no es tan simple como realizar un simple chequeo que ofrece insuficiente fiabilidad.

He encontrado un artículo muy esclarecedor, publicado en la Revista Española de Salud Pública, con varios autores de sanidad de Andalucía, sobre un brote de clamidiosis producido en Granada, refiriendo otro previo en la misma ciudad, y otros producidos en Cádiz y Castellón. En el informe pueden comprobarse los protocolos seguidos por los técnicos, constatando lo anteriormente expuesto.

En resumen, desafortunadamente, y tal y como expresa la O.I.E., la veterinaria no cuenta actualmente con otro medio de control de la clamidiosis, por poco que nos guste, a mí el primero, que el administrar antibióticos.

Tan listos nos creemos que hay quien dice, al contrario de lo recomendado por la O.I.E., que el control de la clamidiosis puede ejercerse mediante procedimientos analíticos, aunque resulta obvio que quien dice estas cosas no los utiliza. En primer lugar se descarta este proceder por razones de fiabilidad, tal y como se indica anteriormente; pero en segundo lugar porque, económicamente, representaría un coste muy elevado. Para hacernos una idea, en ANCEP alcanzamos un acuerdo con la Universidad de San Pablo para este tipo de chequeos (incluyendo varias pruebas y enfermedades), con unos precios muy inferiores a los precios de otros laboratorios, que en el caso de clamidias es de 16 € por muestra. En el caso de un laboratorio oficial que designaría la Administración, tendríamos que pagar un precio muy superior, que rondaría los 25 ó 30 €, al que además habría que añadir los honorarios veterinarios por la toma, preparación y envío de las muestras. Extrapolando estos costes a todo el platel podría resultar una pequeña fortuna, y tanto que se habla de inviabilidad de la norma aprobada, a ver qué tienen que decir a la vista de estos datos. O sea, se critica la norma, porque el tratamiento tiene un coste de 5 ò 6 € por ave y por el contrario, se propone un chequeo cuyo coste se multiplica varias veces, y que encima, no es fiable.

También se habla con muy poco criterio, sobre la vigilancia y control del propio tratamiento en sí. En este caso no les falta cierta razón, pero la leyes se dictan contando con la buena fe de los ciudadanos y con el hecho de asumir su responsabilidad en el caso de incumplimiento. Afortunadamente, en España no tenemos un estado policial donde un policía personal nos vigile durante 24 horas en todos nuestros actos; la Ley establece las normas y estamos obligados a cumplirlas, y de no hacerlo, asumiremos las consecuencias. La Ley prohíbe fumar en el puesto de trabajo o circular a 200 Km/h. cumplir con la Ley es nuestra responsabilidad. Cuando llevamos el perro al veterinario, éste nos proporciona las pastillas para el tratamiento obligatorio de la hidatidosis y no nos vigila si las administramos o no, cuenta con nuestra buena fe, y lo que certifica es que ha prescrito el tratamiento. En el caso que nos afecta, si nos ponemos escrupulosos, tal y como insinué en el artículo anterior, el veterinario podría ponerse estricto y optar por administrar doxiciclina en forma inyectable, obligándonos a llevar las aves a su consulta una vez a la semana, durante 6 semanas, incrementando sustancialmente el coste del tratamiento por cada ave. No, los veterinarios no van ha hacer eso, porque son profesionales que saben hasta donde alcanza su responsabilidad, porque van a confiar en nuestra buena fe y porque saben que el verdadero control del tratamiento, en realidad va a recaer en el caso de que un ave vendida o cedida por nosotros pueda transmitir la enfermedad a un humano, y en ese caso, la Ley caerá con todo su peso.

También se ha acusado a los veterinarios de no comunicar casos clínicos de clamidiosis ante las autoridades sanitarias, demostrando una vez más atrevimiento y desinformación. Para conocimiento general y para evitar futuros errores, la clamidiosis en las aves no es una enfermedad de declaración obligatoria, salvo en el caso de afectar a humanos, y son los hospitales los obligados a declararla si la diagnostican en personas. Las dos únicas enfermedades aviares de declaración obligatoria en nuestro país son la influenza aviar y la enfermedad de Newcastel, según viene publicado en el Boletín Oficial del Estado de fecha 4 de abril de 2009. Así que, por favor, antes de lanzar tan graves acusaciones sobre un colectivo de profesionales, al menos asegurémonos de no hacer una vez más el ridículo, en beneficio ya no de uno mismo, si no de todos.

Así mismo, también conviene aclarar las dudas suscitadas entre algunos criadores con respecto a la duración de la validez del tratamiento. En verdad, en ningún caso las aves se inmunizan contra la clamidiosis, pues tras superarla una vez, pueden ser reinfectadas de nuevo. El tratamiento con antibióticos tampoco inmuniza a las aves como si de una vacuna se tratase, y de hecho, pueden infectarse al día siguiente de finalizar dicho tratamiento. Por eso, la Ley establece que debe administrarse el tratamiento de manera previa a su venta; así por ejemplo, un ave que haya sido adquirida y tratada, no tendrá que recibir el tratamiento nunca más en su vida salvo que sea vendida de nuevo, y por el contrario, si compramos un ave previamente tratada, y deseamos venderla de nuevo, habiendo transcurrido un plazo de tiempo razonable que no fija la Orden, deberá nuevamente de recibir el tratamiento.

En realidad la ley está muy bien planteada, porque, si bien en ningún caso puede ofrecer una garantía al 100% de que un ave tratada no haya sido infectada posteriormente, sí que minimiza y mucho los riesgos; y además, porque incide especialmente sobre la transacción, independientemente de que sea venta o cesión, y si ejerces un control sobre la transacción, estás dificultando notablemente la dispersión de la enfermedad entre criaderos, contribuyendo a su erradicación. Dadas las herramientas de que se disponen actualmente, es todo lo más que se puede hacer para intentar controlar esta enfermedad, y no seamos tan pueriles de pretender rebatirla intentando justificar otra cosa. De otro lado, si alguien decide no cumplir esta ley, como inadmisiblemente promueve todo un abogado en ejercicio, se estará arriesgando a que el propio comprador, ante el más mínimo problema que pueda surgir, sea quien le denuncie ante las autoridades.

También se está haciendo una demagogia absurda y contraproducente para contravenir la ley, al referirse al sistema de cría de papilleros como sistema que combate la importación de aves salvajes. Ambas cosas no pueden relacionarse, y una vez más se pone de manifiesto un profundo desconocimiento sobre el mundo de las aves psitácidas. Actualmente sólo pueden entrar en Europa aves procedentes de criaderos en cautividad de países extracomunitarios, y todo lo que entre por otras vías es ilegal. A título personal, me he manifestado contrario a la cría de papilleros indiscriminada e irresponsable, como sucede en la mayoría de los casos, pero acepto esta práctica cuando se realiza de manera seria y con conocimiento, porque minimiza sus inconvenientes, cosa que sucede en casos muy contados. De cualquier forma, lo que combate la captura de aves salvajes no es el sistema de cría de papilleros, en absoluto, pues lo que se está produciendo con este sistema son aves mascota y no planteles reproductores; lo que combate la captura de aves salvajes es la cría en cautividad de manera ordenada y responsable. Exponer tales argumentos resulta muy lamentable, porque nadie con un mínimo de sensibilidad puede apoyar el expolio de las poblaciones salvajes, y menos aún los sistemas tan crueles empleados para su captura y manejo, que desgraciadamente van mucho más allá del zarandeo de árboles. Si alguien desea conocer más a este respecto puede visitar la web de World Parrots Truts, organización internacional que lleva denunciando desde hace años estas prácticas.

La Junta Directiva de ANCEP está formada por criadores de psitácidos, y no somos precisamente novados, y entre nuestras filas contamos con criadores muy expertos e incluso profesionales, muchos de ellos afincados en Andalucía, a los que hemos también consultado sobre nuestro proceder, manifestándonos su total conformidad.

A título personal, lamento y mucho el hecho de que FOA no haya reconsiderado su posición a este respecto, tal vez condicionada por la próxima celebración del mundial en Andalucía. Considero que esta posición, y lo digo con la mejor fe, no va a beneficiarles, aunque en cualquier caso, la respeto. Lamentablemente para ellos, no van a producirse las rectificaciones que tanto anuncian, y la nueva Orden está en vigor desde el día de su publicación. Todo está en marcha y las nuevas cartillas sanitarias para aves psitácidas ya están en las clínicas veterinarias y se están expidiendo. Para bien o para mal, las competencias sobre sanidad dependen de cada comunidad autónoma y seguramente los técnicos de otras comunidades ya estén estudiando esta nueva legislación promulgada en Andalucía, y dudo mucho que no se extienda rápidamente por el resto del país.

A este respecto, desde ANCEP queremos adelantarnos al futuro y vamos a promover que nuestros aviarios puedan ser reconocidos como núcleos zoológicos privados o colecciones privadas, y en las cuales nuestros planteles reciban el tratamiento, así como cualquier nueva adquisición que se produzca, de manera que la Administración los declare “aviarios seguros” y con ello, no tengamos que administrar el tratamiento a la descendencia; así, en la cartilla veterinaria constaría algo así como “proviene de aviario seguro”. Esta idea ya ha sido expuesta a los técnicos de sanidad y, en principio, ha sido bien acogida. Si esta medida se lograse promover, redundaría en multitud de ventajas para todos y nos evitaría el administrar un tratamiento que a nadie complace, pero que hoy por hoy, es la única alternativa posible a la clamidiosis.

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